Palestina: Nuestro encuentro con Mahmud Al Sarsak

Manu Pineda

Asociación Unadikum

 

Ciudad de Gaza (Gaza, Palestina)

Mahmud Al Sarsak es un joven futbolista de un club de Rafah, en la Franja de Gaza.

Hace tres años intentó viajar a Cisjordania para jugar un encuentro con la Selección Nacional Palestina. Tenía todos los permisos expedidos por la fuerza ocupante israelí.

Mahmud fue detenido en uno de los innumerables checkpoints israelíes que imposibilitan el derecho a la libertad de movimientos de la población ocupada palestina y enviado a prisión. Sus delitos: ser palestino y querer desplazarse de un lugar de su nación, Gaza, a otro, Cisjordania, para jugar al fútbol. Mahmud Al Sarsak tenía 22 años en el momento de su detención y encarcelamiento.

A Mahmud Al Sarsak se le aplicó la ‘detención administrativa’, un perverso mecanismo de la entidad sionista israelí para encarcelar de forma arbitraria a cualquier palestino sin necesidad de presentar cargos ni obligación de someterlo a juicio. En un principio, la ‘detención administrativa’ es por un período de seis meses, pero puede ser prorrogable indefinidamente sin necesidad de pruebas o cualquier otro argumento jurídico. En la práctica esto puede convertir cualquier ‘detención administrativa’ en un encarcelamiento indefinido. La situación se agrava si la persona es de Gaza, ya que no puede recibir visitas de su familia durante la detención, por mucho que ésta se alargue. La figura de la ‘detención administrativa’ es una aberración jurídica y las principales organizaciones internacionales y agencias humanitarias han exigido, sin éxito, su desaparición. Es, repetimos, una aberración más dentro de la aberración principal que supone mantener a 4.000 personas palestinas presas en cárceles israelíes por motivos políticos.

Mahmud Al Sarsak fue víctima de esta aberración. Tres años en prisión sin saber por qué, aislado de su familia, sin derecho a la defensa, todo por querer jugar al fútbol con su selección, como querría cualquier joven de 22 años de cualquier país del mundo. Su encarcelamiento se podría haber mantenido indefinidamente si no fuera porque decidió emprender una huelga de hambre que duró 96 días. La contundente acción de resistencia civil no violenta casi acaba con su vida, pero logró difundir por todo el mundo la situación de los presos políticos palestinos y las prácticas hacia ellos de la entidad sionista israelí que suponen una flagrante violación de los Derechos Humanos y, por tanto, un crimen contra la humanidad.

Alarmado por el descrédito absoluto ante la opinión pública internacional, Israel le ofreció el destierro a Noruega a cambio de abandonar la huelga de hambre. Mahmud no aceptó. Le aseguró verbalmente que sería puesto en libertad en los próximos meses si abandonaba la huelga de hambre. Mahmud no aceptó. Mahmud Al Sarsak dejó claro desde un principio que sólo su inmediata puesta en libertad de forma incondicional le haría abandonar su medida de presión. Mahmud exigía, además, que el compromiso de su liberación incondicional no fuera verbal, dada la absoluta falta de credibilidad de Israel. Exigía un documento firmado y entregado a su abogado. Si no, llevaría su protesta hasta el final. Prefería morir a rendirse.

Israel no pudo poner precio a su dignidad y con su firmeza y convicción consiguió que Israel se doblegara.

Tras ser trasladado en primer lugar a un hospital, donde permaneció ingresado varias semanas para recuperarse y pudo recibir la visita de su madre, Mahmud Al Sarsak fue puesto en libertad el 10 de julio. Su imagen abandonando la prisión con un balón en sus manos dio la vuelta al mundo.

Su llegada a Gaza fue un acontecimiento para toda la Franja. Todo el pueblo le esperaba. También los medios de comunicación. Su mejor futbolista regresaba a casa con el trofeo más preciado: la libertad. Fue una auténtica victoria nacional.

Nos pareció que sería imposible concertar una reunión con Mahmud, dados los múltiples encuentros familiares, con amigos, prensa y también políticos a los que tendría que hacer frente, así que ni lo intentamos.

Sin embargo, al día siguiente de su liberación nos telefoneó un amigo común, Maher, quien nos dijo que había informado al futbolista sobre nuestra presencia en Gaza. Éste le respondió que nos recibiría encantado en su casa al día siguiente.

Aún incrédulos, fuimos a la cita al día siguiente. Nos acompañaban Maher, una fotógrafa belga, una activista italiana del International Solidarity Movement y una chica palestina.

Según nos acercábamos al campo de refugiados de Rafah, donde vive la familia Al Sarsak, aumentaba el número de pancartas con la figura de Mahmud: en unas aparecía vestido de futbolista; en otras compartiendo espacio con Yasser Arafat o Marwan Bargoutti; por supuesto, también era omnipresente el dibujo en el que aparece con la copa de campeón del mundo y que ha sido utilizado por centenares de miles de amigos del pueblo palestino en sus cuentas de Facebook y Twitter. Era indiscutible que el pueblo palestino tenía un nuevo héroe, un nuevo símbolo de la resistencia contra la ocupación.

Finalmente, llegamos a la estrecha calle del pobre campo de refugiados donde se encuentra la vivienda de la familia Al Sarsak.

Me resulta imposible encontrar las palabras para expresar el recibimiento que nos dispensaron, su agradecimiento, su alegría, su fiesta… Cualquiera que viese la escena sin saber con exactitud quién era quién, habría interpretado que éramos nosotros los que habíamos sido liberados tras una huelga de hambre heroica que había doblegado al habitualmente impune sionismo, que éramos nosotros los que merecíamos un homenaje.

En un principio nos recibieron los hermanos, primos, sobrinos y amigos de Mahmud. Nos acomodaron en la sala que las casas árabes tienen destinada a las reuniones familiares y de amigos, y a recibir a los invitados. Nos sirvieron unos zumos y nos preguntaron si queríamos comer. Les respondimos que ya habíamos comido, pero insistieron, explicándonos que no se trataba de un cumplido sino que realmente querían compartir su comida con nosotros. Reiteramos amablemente nuestra negativa, ya que realmente habíamos comido, pero le agradecimos profundamente el ofrecimiento en la convicción de que era sincero y no un mero acto protocolario.

Después apareció la madre de Mahmud, una mujer de entre 50 y 60 años de edad. Su rostro, sus gestos y su forma de hablar transmitían sinceridad. No había pose, no cabía la impostura, ninguna actitud era cara a la galería. Todo era tal y como se veía: real, tangible, transparente. Lo primero que hizo fue agradecernos nuestro apoyo, la presencia en Gaza, la visita, la actividad desde Europa en contra de la ocupación, el trabajo a favor de los derechos del pueblo palestino y la denuncia de la situación de los palestinos secuestrados en las cárceles israelíes.

Nos explicó que para la familia fue un golpe muy duro la apuesta de Mahmud por la libertad o la muerte, pero que lo apoyaron porque sabían que, si no tomaba esa determinación, no saldría nunca vivo; moriría de tristeza en su celda.

Se sentía feliz de tener a su hijo de nuevo junto a ella, pero no podía olvidar a los 4.000 prisioneros políticos palestinos y nos pedía que nosotros tampoco los olvidásemos.

Era evidente que la mujer era el alma de la casa. Tenía un magnetismo que atrapaba a todos. No paró de dar besos y abrazos a todas las mujeres del grupo.

Y por fin apareció Mahmud. Delgado, 1,70 de altura. Nos levantamos para saludarlo pero fue él quien se vino hacia nosotros para besarnos y abrazarnos, agradeciéndonos el trabajo que los internacionales hacemos por Palestina. Estaba débil y hablaba en voz muy baja. Teniendo en cuenta estas circunstancias y que la fotógrafa belga que hacía de intérprete luchaba contra el nudo que tenía en la garganta y las lágrimas que aparecían en sus ojos, lo cierto es que percibimos más cosas por su lenguaje no verbal que por sus palabras.

Lo que sí quedo claro fue su determinación de que no se considerara que su lucha había acabado con su puesta libertad. Insistió en que mantuviéramos la presión por la liberación de los presos. Durante todo el encuentro tuvo sentado encima a un niño pequeño. Creíamos que era un hermano o un sobrino. En realidad se trataba del hijo de un amigo, futbolista como él, que también se encuentra prisionero sin cargos en una cárcel israelí.

El pueblo palestino tiene claro que una cosa son los gobiernos occidentales y otra los ciudadanos. Por eso nos piden que no paremos de presionar, de denunciar, de ser su altavoz. Saben que su situación depende en buena medida de nuestro trabajo. Israel cuenta con el apoyo sistemático de Estados Unidos, los gobiernos europeos y el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. De nosotros, de nuestro trabajo y dedicación, depende que esta realidad cambie.

Mientras escribo esta crónica, otro preso político palestino se aproxima a la muerte. Lleva 97 días en huelga de hambre. Se llama Akram Abdullah Mahmud Rikhawi. Tiene 39 años.

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