Desde finales del siglo XIX y principios del XX, los fundadores del sionismo, proclamaban: “Palestina es una tierra sin pueblo”, y con este argumento, iniciaron un movimiento internacional para, basándose en citas bíblicas, promover la emigración hacia allí de población judía de todos los rincones del mundo. Hasta entonces, el concepto de “judío” tenía fundamentalmente, una connotación religiosa y cultural, no nacional. El sionismo, utilizando textos del Antiguo Testamento de la Biblia, retoma las ideas del “pueblo elegido por Dios, a quien este le otorgó la tierra prometida”, que según el libro de Génesis (capítulo 15, versículo 18), reza: “A tu simiente daré esta tierra, desde el Río de Egipto hasta el río grande, el Río Eufrates”.
Estas ideas constituyeron las bases para la creación del Estado de Israel. La dirigente sionista Golda Meir, una de las fundadoras de ese estado, argumentaría después la no existencia de los palestinos afirmando que: “¿Cómo vamos a devolver los territorios ocupados? No hay nadie a quien devolverlo. No hay tal cosa llamada palestinos. No era como se piensa que existía un pueblo llamado palestino, que se consideraba él mismo como palestino y que nosotros llegamos, los echamos y les quitamos su país. Ellos no existían”.
Es evidente que los dirigentes sionistas, con su política de expansión de los asentamientos, establecimiento de muros, destrucción de casas y aldeas palestinas, continúan poniendo en práctica su viejo empeño de limpieza étnica. No aceptan la existencia del pueblo palestino, niegan su identidad cultural y hacen todo lo posible para imponer estas ideas a la comunidad internacional. Es como si continuaran repitiendo con Golda Meir: “No hay tal cosa llamada palestinos”.
Sin embargo, la identidad del pueblo palestino está profundamente enraizada en esa tierra considerada santa y tiene manifestaciones importantes en todas las ramas de la cultura. El gran poeta palestino Mahmoud Darwish, registra esto magistralmente en un conocido poema, del cual reproducimos un fragmento:
“Inscríbeme:
soy árabe,
mi nombre es muy común
y soy paciente
en un país en que hierve la cólera;
mis raíces…
fijadas están del nacimiento de los tiempos,
antes de la eclosión de los siglos,
antes de los cipreses y los olivos,
antes del crecimiento vegetal.”
La idea mesiánica y peligrosamente extremista, de considerarse un pueblo elegido y designado a cumplir una misión especial, está hoy presente en los discursos de fanáticos dirigentes de EE.UU. e Israel, quienes en no pocas ocasiones se han autonombrados como destinados a “salvar a la humanidad”. En ambos, existe un razonamiento fundamentalista que los une, es el “sioimperialismo”.
En junio del 2003, en una entrevista con el dirigente palestino Abu Mazen en Sharm el Sheikh, George W. Bush, le afirmó: “Tengo una misión de Dios. Él me dijo: George ve y lucha contra esos terroristas en Afganistán. Y lo hice. Y entonces me dijo: Ve y lucha contra la tiranía en Irak. Y lo hice”. En aquella ocasión el presidente estadounidense también afirmó: “La palabra de Dios ahora viene a mí: Da a los palestinos su estado y a los israelíes la seguridad. Y logra la paz en el Oriente Medio. Y por Dios que lo voy a lograr”.
Con motivo de la agresión a Libia, el presidente Obama ha dicho cosas parecidas, incluso ha hablado también de su empeño en la creación del Estado Palestino, aunque actúa en contra de esta posibilidad al amenazar con vetar en el Consejo de Seguridad de la ONU la propuesta de su aceptación en esa Organización. Ya se opuso a su ingreso en la UNESCO, y le retiró su contribución económica como reacción a la voluntad ampliamente mayoritaria de sus miembros que lo aceptaron.
Bush no cumplió con Dios: no le dio a los palestinos su estado y lejos de lograr la paz en el Oriente Medio, lo que hizo fue llevar más guerras y sufrimientos a la región. Obama sigue el mismo camino belicista e Israel no podrá obtener su seguridad, pues es imposible alcanzarla sobre la base de la agresión a otros países y la ocupación de tierras ajenas. La agenda trazada por los mesiánicos de Washington y Tel Aviv, que parece dirigida ahora contra Siria e Irán, podría generar un conflicto de consecuencias incalculables. Se menciona con razón la posibilidad de que pueda provocar el estallido de una Tercera Guerra Mundial, donde incluso el arma atómica, que Israel hace años mantiene en su arsenal, podría ser utilizada.
Tal desgracia, que afectaría a toda la humanidad, podría evitarse si se toma conciencia de este peligro y se movilizan en contra de estos macabros designios, todos los indignados del mundo, que somos más del 99% de los 7.000 millones que ya lo habitamos. Levantemos entonces la consigna: “INDIGNADOS DE TODOS LOS PAÍSES, UNÍOS”.